"La organización vence al tiempo", decía Perón, recordándonos que la militancia no es un acto individual, sino un esfuerzo colectivo que trasciende generaciones. En la historia política argentina, la militancia ha sido el motor de transformaciones sociales y políticas, un espacio donde las ideas se traducen en acciones y las acciones en cambios concretos. Pero, ¿qué ocurre cuando el motor deja de ser el compromiso colectivo y se convierte en una búsqueda desesperada de reconocimiento personal?
Hoy, la militancia libertaria, que enarbola las banderas de la "libertad" y el "anticolectivismo", parece atrapada en esa paradoja. Mientras predican la anulación del Estado y la glorificación del individuo, sus prácticas evidencian una necesidad de validación que contradice sus propias consignas. Desde selfies con banderas en redes sociales hasta discursos de autoayuda disfrazados de teoría económica, su "militancia" no busca transformar la sociedad, sino reafirmar egos.
El giro reciente hacia el autoritarismo dentro de este espacio político no es casualidad, sino una consecuencia lógica de esas contradicciones. La creación del brazo armado libertario, liderado por figuras como Santiago Caputo y Agustín Laje, es una señal alarmante de cómo el discurso libertario se transforma en una estructura fascista. Mientras proclaman la defensa de la libertad, organizan grupos cuya finalidad es imponer su visión a través de la violencia y la intimidación.
Es necesario, entonces, diferenciar la militancia comprometida de esta parodia política. La primera construye; la segunda destruye. La primera busca justicia social; la segunda, la consolidación de privilegios. La primera organiza a los pueblos; la segunda sólo organiza el caos.
En un contexto donde el individualismo extremo amenaza con devorar los cimientos de la convivencia democrática, debemos reivindicar la militancia como un acto de amor al prójimo y de responsabilidad histórica. Militar es comprometerse con el otro, con lo colectivo, con un proyecto de país que trascienda intereses personales. Todo lo demás es un espectáculo vacío, un ruido que el tiempo terminará por acallar.

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